I
Pensamiento
prehispánico
Las culturas maya, azteca e inca en el siglo XVI, en el
momento de su encuentro con la cultura occidental-española, habían desarrollado
peculiares, originales y complejas
estructuras de pensamiento como respuesta a los interrogantes que se
plantea el hombre acerca de su origen, su relación con el mundo, su quehacer,
su destino y sus vivencias.
Son respuestas peculiares,
en cuanto que las tres culturas mencionadas tienen características
diferenciales, debido a factores tempo-espaciales (histórico-geográficos) a los
que se enfrentaron y a los que tuvieron que contestar adecuadamente. La
urgencia de respuesta que demandaba la realidad concreta y sus especificaciones
determinaron la originalidad de cada una de estas ancestrales
culturas, y la acumulación sistemática y ordenada de estas experiencias fue
constituyendo un saber que se
mostraría a los occidentales en forma de tres diferentes y complejas estructuras de pensamiento, no coincidentes, por
supuesto, con el pensamiento y la cultura occidental-española en el momento del
encuentro.
No es posible referirse en forma descriptiva y concreta a
las respuestas peculiares, originales, y a las complejas estructuras de
pensamiento constituidas en cada una de estas culturas, sin embargo el estado
actual de extrema pobreza en que viven sus descendientes plantea a la reflexión
latinoamericana una problemática -surgida en el momento mismo del encuentro de las culturas
nativas con la cultura occidental- que urge definitivamente resolver.
1. Pensamiento maya[1]
Las ideas de los mayas antiguos sobre el universo están
expresadas en sus vestigios materiales, grandes ciudades abandonadas con obras
arquitectónicas y escultóricas, sepulturas y múltiples inscripciones realizadas
en piedra, estuco, barro y otros materiales, así como en códices pintados sobre
tiras de papel amate, de los cuales se conservaron tres después de la
conquista.
Pero también se encuentran esas ideas en textos escritos
por los propios mayas después de la conquista en lenguas mayences y caracteres
latinos, donde copiaron antiguos códices y recogieron la tradición oral. Fueron escritos con la finalidad de ser
leídos en ceremonias clandestinas de la comunidad organizadas por los sacerdotes
y dirigentes mayas para contraponerse a la evangelización. Estas fuentes
contienen mitos, profecías ritos y la historia de los mayas prehispánicos y
permiten el acercamiento al complejo y misterioso mundo de los símbolos
expresados en sus obras plásticas y en su semidescifrada escritura jeroglífica.
Se trata de un pensamiento vigente a la llegada de los
españoles que produjo una resistencia indígena frente a la llamada “conquista
espiritual”; que permanece aún vivo en la mayoría de las comunidades mayences constituyendo una concepción del mundo y de
la vida que da identidad a los descendientes de los antiguos mayas, escindidos
culturalmente, en pleno siglo XX, del país oficial al que pertenecen.
Las ideas de los mayas antiguos sobre el universo expresan
una estructura unitaria de fuerzas sagradas y en movimiento que se manifiestan
en los seres que pueblan el universo en sus tres espacios cósmicos o niveles.
Se trata de una estructura geométrica de planos horizontales superpuestos que
constituían tres ámbitos: el cielo, la tierra y el inframundo.
La explicación maya del universo constituye una experiencia
religiosa en cuanto adjudica su origen y su existencia a poderes sobrenaturales
divinos. Cada espacio cósmico es concebido como entidad diferenciada pero a la
vez interrelacionada con los otros espacios, en tal forma que no pueden
entenderse separadamente y sin la idea de que el universo tiene una
temporalidad ordenada; y la de una dualidad en el espíritu del hombre entre una
parte racional-consciente y otra irracional-inconsciente.
El cielo está dividido en trece estratos, quizá formando
una pirámide escalonada, y se identifica con las montañas sagradas donde
habitan los dioses y los antepasados deificados. La tierra, habitación de los
hombres vivos, es una plancha cuadrangular y el inframundo, una región dividida
en nueve estratos, quizá como pirámide invertida. Los tres espacios cósmicos, a
su vez, se dividen horizontalmente en cuatro sectores o rumbos que coinciden más o menos con los puntos cardinales, cada
uno con un color asociado: blanco para el norte, amarillo para el sur, negro
para el poniente y rojo para el oriente.
El cuatro, o la cuadruplicidad, fue una idea esencial en el
pensamiento maya. Además de su relación con los puntos cardinales, está
asociado a las fases de la Luna, las cuatro estaciones, los cuatro momentos
principales del día y las cuatro edades de la vida humana. Hay muchos dioses
que se conciben como uno y cuatro simultáneamente y, en el nivel terrestre, en
cada rumbo se levantan cuatro ceibas -árbol llamado pochote
y yaxché de cuarenta metros de alto-
o árboles de la vida y sostenes del
cielo. La pirámide celeste es sostenida desde la tierra por cuatro dioses
antropozoomorfos llamados Bacables.
En el centro del cosmos, como axis mundi, se encuentra la ceiba
madre de color verde, sus raíces se internan en el inframundo, su tronco se
eleva sobre la tierra y su fronda penetra los cielos comunicando en esta forma
los tres planos y sirviendo, al mismo tiempo, como camino sagrado por el que
transitan los dioses y los espíritus de los sacerdotes, los cuales pueden
abandonar voluntariamente su cuerpo durante la vida.
Itzam Na y Canhel fueron los nombres mayas yucatecos del símbolo por
excelencia de la religión mesoamericana que aparece en el área maya desde el
período Preclásico tardío (300 a.C. - 300 d.C.): más tarde en el ámbito náhuatl aparecería la serpiente
emplumada -Quetzalcóatl-
y fue entre los mayas de Yucatán, después del año 1000 d.C., que le llamaron Kukulcán.
Es símbolo tanto de la vida, expresada en el poder
fecundante, como de la muerte; de lo masculino y de lo femenino y, al adquirir
plumas (agua celeste), símbolo del cielo y de la tierra. Representa, en
síntesis, la armonía de contrarios cósmicos que mueve al universo entero.
La tierra es una deidad esencialmente femenina, simbolizada
por un cocodrilo o lagarto que flota en el agua y sobre cuyo lomo crece la
vegetación. La deidad de la tierra se llamó Itzam
Cab Ain.
En lo que respecta al inframundo, el nivel más bajo,
llamado Mitnal o Xibalbá, es regido
por un Dios que es uno y nueve: Bolontikú,
Nueve deidad. En el simbolismo animal esta región es el
interior del vientre del monstruo terrestre, en el que se encuentran los
gérmenes de nueva vida, como semillas, piedras preciosas y agua.
El estrato más bajo llamado Mitnal o Xibalbá, con sus
dioses Ah Puch, “El descarnado” o Kisin, “El hediondo”, simbolizan las
energías de enfermedad y muerte y es donde van los espíritus de la mayoría de
los hombres.
Una de las deidades principales, que pertenece a los tres
niveles porque transita por ellos, es el Sol, Kinich Ahau o “Señor del ojo solar”, que simboliza el día, el
orden, la luz y el bien cuando recorre el cielo, y las fuerzas de la muerte, la
irracionalidad y el mal cuando penetra en el inframundo (durante la noche).
Su compañera es la luna, llamada Ixchel, diosa de los partos, la procreación y la medicina; se
relaciona con el agua, por lo que se le veneraba en sitios acuáticos (Isla de Cozumel y la cueva de Bolonchén).
Una deidad muy importante, sobre todo en el período
clásico, fue Bolon Dz’acab, “Nueve
generaciones”, deidad del maíz, de los linajes ilustres y de la sangre ofrecida
en autosacrificio. Como Dios relacionado con los antepasados, se asocia con el
inframundo. Es un Dios serpentino.
Característica esencial de los dioses mayas es que son
polivalentes de acuerdo con la temporalidad. Así, pueden ser uno y varios a la
vez, masculinos y femeninos, también positivos y negativos, fuentes de vida y
de muerte. Los dioses despliegan, por eso, influencias diversas sobre el mundo
y los hombres que cambian según el paso del tiempo.
Sin embargo, esta polivalencia no es caótica, pues, como la
temporalidad es considerada cíclica y regular, cada espacio y cada ser tienen
funciones bien definidas. Porque para los mayas el universo es una realidad
múltiple y dinámica, pues los variados seres relacionados entre sí generan
diversas formas y cualidades con el movimiento, pero el movimiento es un
devenir ordenado, tiene un logos
inalterable susceptible de ser conocido, comprendido y además manejado por el
hombre.
Para conocer las influencias cambiantes de los dioses que
se mueven y manifiestan en el cosmos, y poder modificarlas, los mayas lograron
notables conocimientos astronómicos y matemáticos, así como una extraordinaria
cronología.
La medición del ciclo solar con un error de 17.28 segundos;
la invención del uso del cero y el valor posicional de los signos les permitió
el cálculo matemático. Crearon un complejo y preciso sistema calendárico,
constituido por varios calendarios sincronizados, que incluye una fecha era que corresponde en el sistema
occidental al 12 de Agosto de 3113 a.C., y gracias a esto lograron situar, con
absoluta precisión un día situado 400 millones de años hacia el pasado.
Se afanaron así por conocer y sistematizar el devenir para
controlar el futuro y poder en esa forma propiciar las buenas influencias que
se generan en cada lapso, así como conjurar las malas a través del ritual.
Este fue también el fundamento de la historiografía que los
mayas desarrollaron desde el período clásico (300 d.C. - 900 d.C.). El devenir
humano responde a las mismas leyes que el devenir cósmico: las cambiantes
influencias de los dioses que rigen los lapsos determinan la historia humana,
por lo que migraciones, conquistas y otros acontecimientos se repetirán al
retornar los distintos períodos si el hombre no los modifica mediante su
intervención activa en el proceso. La historiografía tenía como finalidad no
sólo recordar el pasado sino modificar el futuro mediante el conocimiento del
pasado.
Esta creencia constituye una peculiar idea de la libertad
del hombre, entendida como una conciencia activa, ya que puede, mediante su
acción, alterar su destino.
En los mitos de origen se manifiesta la unidad indivisible
que constituyen dioses, mundo y hombre en el pensamiento maya. La cosmogonía
maya considera que el cosmos es resultado de una sucesión constante de
creaciones y destrucciones, orden y caos, muerte y renacimiento. Esto se debe a
que el proceso de ordenamiento del cosmos se produce bajo las leyes de la
temporalidad cíclica.
Ya que el mundo se percibe como devenir ordenado, el estado
previo es estatismo caótico e indiferenciado que se simboliza como una materia
prima acuática en estado de reposo en la que todo está confundido.
No hay un inicio absoluto, ex nihilo, y el futuro es una sucesión constante de creaciones y
destrucciones, por lo que el universo se concibe como infinito. La idea central
de la cosmogonía maya es que el mundo fue hecho para el hombre y que la
existencia del universo entero depende de su acción de venerar a los dioses.
En esta cosmogonía el eje se da con la creación del hombre,
quien también pasa por varias etapas de formación y destrucción, pero en un
proceso evolutivo en que cada hombre es superior al que le precede, hasta
culminar con el ser que es capaz de reconocer a los dioses. Así se cumple con
la finalidad última de la creación: satisfacer la necesidad que tienen los
dioses de un ser que los venere y alimente, por lo que el ritual es la
actividad alrededor de la cual gira la vida de los hombres.
El mito Popol Vuh
(1968, pp. 23-24) relata como los dioses creadores, en el tiempo primordial,
asentados sobre el agua e identificados con ella, deciden que surja el mundo
para poder situar en él al hombre.
Después del surgimiento de la tierra, la vegetación y los
animales, por medio de la palabra, energía creadora, los dioses intentan la
creación del hombre. Lo forman primero de barro, pero no logran darle vida, esos
hombres se deshacen por medio de una lluvia. Después modelan hombres de madera
que hablan y se multiplican, pero no son capaces de reconocer ni venerar a los
creadores, por carecer de sangre y humedad (espíritu) y son destruidos con un
diluvio de resina ardiente.
Son falsos hombres y con ellos aparecen falsos soles, lo
que da lugar a renovaciones periódicas de todo el cosmos.
El Popol Vuh,
después de la desaparición del falso sol, relata la creación del hombre
verdadero; los dioses encuentran una materia adecuada para hacer al hombre que
necesitan: el maíz. Y forman cuatro hombres amasando el grano con sangre de
tapir (la diosa madre) y de serpiente (la energía fecundante del cosmos). El
hombre de maíz sí reconoce a los creadores y también es consciente de la
finalidad de su existencia. Al tiempo que se crea al hombre de maíz, surgen del
inframundo, vencedores de la muerte, el sol y la luna verdaderos. Los astros se
quedan fijos en el cielo y solamente comienzan su movimiento, y con ello la
temporalidad, cuando ha aparecido el hombre consciente, se ha multiplicado y es
ya capaz de rendirle veneración.
La finalidad de la creación del universo ha sido que el
hombre atienda a la manutención de los dioses a través de su auto-sacrificio,
extracción voluntaria de la propia sangre, y la muerte ritual.
En el relato de la creación del hombre de maíz se señala
que los primeros cuatro hombres “buenos y hermosos” resultaron extraordinarios
gracias a que fueron dotados de inteligencia; alcanzaron a ver, alcanzaron a conocer
(Popol Vuh, 1968, p. 105).
Pero los dioses se disgustaron pues comprendieron que estos
hombres no necesitarían reproducirse ni venerar a los dioses, entonces el
corazón del cielo les echó un vaho sobre los ojos ... sus ojos se velaron y
sólo pudieron ver lo que estaba cerca (Popol
Vuh, 1968, p. 107).
En esta forma expresan los quichés la idea maya de que el hombre es un ser consciente, pero
imperfecto, que requiere de los dioses para sobrevivir, así como los dioses
requieren de él. Sin embargo algunos seres humanos pueden adquirir la facultad
de ver que los convierte en los hombres principales de su comunidad; son los
sacerdotes-adivinos, que eran también los gobernantes.
De las tres grandes instancias del universo, el hombre es
la central porque todos los seres, incluyendo a los dioses, tienen un espíritu
semejante al del hombre; todos poseen voluntad, actúan como el hombre y
comparten el destino de nacer, vivir y morir, aunque plantas, animales y
minerales carecen de la conciencia que el ser humano tiene de sí mismo y del
cosmos.
Por tanto, el universo no está concebido como reinos
separados e independientes, ni tampoco como un todo indiferenciado, sino más
bien como una unidad armónica y equilibrada de seres diversos en constante
interrelación.
Entre todos los entes de la naturaleza, los animales son
los más semejantes al hombre.
El hombre es concebido como un ser dual, formado por cuerpo
visible y espíritu, que no es una sustancia distinta de la material sino una
forma de materia más sutil y dinámica que la corpórea. El espíritu a su vez se
divide en dos partes, una consciente, racional e inmortal, que habita en el
cuerpo humano durante la existencia de éste, y otra inconsciente, irracional y
mortal que reside en un animal silvestre. Así, cada hombre tiene un animal que
comparte su destino, pues todo lo que le ocurre a uno, le ocurre
simultáneamente al otro, salvo los sacerdotes-adivinos que tienen hasta trece
animales compañeros, hecho que multiplica sus posibilidades vitales.
Recopilando la concepción del cosmos, los dioses, la
naturaleza y el hombre en la cultura maya, podría sintetizarse en un cosmos
constituido por tres grandes niveles con armónicas formas geométricas, pleno de
colores, ceibas, flores y aves fantásticas, en constante devenir. El hombre
ocupa el centro como otro axis mundi
que vincula a todos los seres con los dioses y logra, con su acción ritual y el
ofrecimiento de su propia sangre, mantener el equilibrio y el ser del universo
en su totalidad.
Esa liga del hombre con los dioses fue la base de la vida
del maya prehispánico, su seguridad existencial y su felicidad.
El origen y existencia del cosmos, que se atribuye a
poderes sobrenaturales y a la acción humana de veneración a los dioses, se
constituye en un pensamiento esencialmente religioso en el cual astros, fuerzas
naturales, elementos, animales y plantas notables son manifestaciones de lo
sagrado. Alrededor de ellas se despliegan un complejo simbolismo (en mitos y
obras plásticas).
Su original concepción de la temporalidad los llevó a
desarrollar sorprendentes conocimientos matemáticos, astronómicos y
cronológicos. El tiempo es el movimiento del cosmos que rige a todo cuanto
existe.
Dentro de grandes ciclos o eras cósmicas en las que el
universo se crea y se destruye, se da una infinidad de ciclos menores que rigen
la existencia, por que las influencias de los dioses que confluyen en esos
ciclos caen sobre el mundo y los hombres, determinando su destino. Así, todos
los seres son dinámicos y cambiantes, por lo que son multívocos.
La idea de una dualidad
de contrarios es central en el pensamiento maya; la pugna de contrarios
cósmicos: vida y muerte, noche y día, cielo e inframundo, masculino y femenino,
bien y mal, se constituye en el motor que produce el cambio; ella se expresa en
múltiples símbolos, entre los que destaca el juego de pelota.
Otra de las ideas básicas es la interrelación
hombre-naturaleza, entidades que se conciben también como contrarios en
armonía, a la vez que no hay separación de reinos,
sino que todos los seres del cosmos se rigen por las mismas leyes y todos
tienen una naturaleza semejante.
En este esencial antropocentrismo los distintos seres se
comportan y actúan como el hombre y tienen un espíritu semejante al del hombre,
incluyendo a los dioses que, aunque superiores a todos los demás por sus
poderes y por su capacidad creadora, no son seres perfectos. El hombre se
distingue por su conciencia, conciencia que le permite reconocer y alimentar a
los dioses así como alterar el destino, situándolo así como el eje del cosmos,
además de tener la responsabilidad de conservar la existencia de la naturaleza.
2. Pensamiento náhuatl[2]
Existen antiguas inscripciones, representaciones
iconográficas, códices y otros manuscritos que ofrecen testimonios acerca de la
visión del mundo y el pensamiento religioso prevalentes entre los pueblos
prehispánicos de idioma náhuatl (azteca) de la región central de México. Hay
testimonios que muestran que hubo sabios tlamatinime,
“los que saben algo”, que se plantearon problemas en torno a la divinidad, el
origen, ser y destino del hombre y el mundo.
A continuación, se trata de exponer lo que fue esa visión
del mundo, así como presentar algunas reflexiones de los sabios de lengua
náhuatl.
Los sabios, tlamatinime,
de los siglos XIV y XVI tenían conciencia del legado cultural del antiguo mundo
tolteca. Para comprender su pensamiento es indispensable conocer la idea que
ellos mismos tenían de esa visión tolteca del mundo. Para ellos tal cosmovisión
aparece como creación del sabio y sacerdote Quetzalcóatl
(siglo IX? d.C.); su pensamiento iba a dar nuevo sentido a una más antigua
visión del mundo, preservada en la simbología y en varios mitos comunes a
distintos pueblos de Mesoamérica (región central de México, una parte de las
zonas costeras del Golfo y del Pacífico, incluyendo el área de Oaxaca, la
península de Yucatán, Guatemala, Bélice, El Salvador y parte de Honduras y
Nicaragua).
En estos mitos, verticalmente, el universo tiene una serie
de pisos o divisiones superpuestas, arriba de la tierra y debajo de ella.
Arriba están los cielos que, juntándose con las aguas que
rodean por todas partes al mundo, forman una especie de bóveda azul surcada de
caminos por donde se mueven la luna, los astros, el sol, la estrella de la
mañana y los cometas. Siguen luego los cielos de varios colores y por fin el
más allá metafísico: la región de los dioses.
El mundo aparece como una isla inmensa dividida
horizontalmente en cuatro grandes cuadrantes o rumbos, más allá de los cuales
sólo existen las aguas inmensas. Esos cuatro rumbos convergen en el ombligo de
la tierra e implican cada uno enjambres de símbolos. El oriente es la región de
la luz, de la fertilidad y la vida, simbolizados por el color blanco; el norte
es el cuadrante negro del universo donde quedaron sepultados los muertos; en el
poniente está la casa del sol, el país del color rojo; finalmente, el sur es la
región de las sementeras, el rumbo del color azul.
Debajo de la tierra se encuentran los pisos inferiores, los
caminos que deben cruzar los que mueren hasta llegar a lo más profundo, donde
está el Mictlan, la región de los
muertos.
Este mundo, lleno de dioses y fuerzas invisibles, había
existido varias veces consecutivas. A través de años sin número, los dioses
creadores habían sostenido entre sí grandes luchas cósmicas. El período de
predominio de cada uno de esos dioses había sido una edad del mundo, o un sol. En cada caso había llegado la
destrucción por medio de un cataclismo y después, el surgir de una nueva edad.
Cuatro eran los soles que habían existido y concluido por obra de los dioses:
las edades de aire, tierra, agua y fuego. La época actual era la del sol, del
viento, el quinto de la serie, que había tenido principio cuando era aún de
noche, gracias a un misterioso sacrificio de los dioses que con su sangre lo
habían creado y lo habían vuelto a poblar. Es esta la edad del sol de movimiento que había de terminar con un cataclismo.
Los humanos, haciendo merecimiento,
pueden posponer ese trágico final.
En este universo, donde los dioses crean y destruyen, han
nacido los hombres los merecidos por
el sacrificio de los dioses que, con su sangre, los habían merecido para la vida. En compensación, los seres humanos tendrán
que hacer tlamacehualiztli, merecimiento, sacrificio, incluso de
sangre, para compensar a los dioses y mantener así un equilibrio cósmico.
El objeto de la reflexión y meditación de Quetzalcóatl fue esta imagen del mundo
que habría de llevarlo a concebir una nueva doctrina acerca de un dios supremo
y de una “tierra de color negro y rojo”, Tlillan,
Tlapallan, el lugar del saber, más allá de la muerte y de la destrucción de
los soles y los mundos.
Concibió a la divinidad, recordando antiguas tradiciones,
como un ser uno y dual a la vez que, engendrando y concibiendo, había dado
origen y realidad a todo cuanto existe.
El principio supremo es Ometéotl,
Dios de la Dualidad. Es concebido con un rostro masculino, Ometecuhtli, Señor de la Dualidad, y con una fisonomía al mismo
tiempo femenina, Omecíhuatl, Señora
de la Dualidad. Él es también Tloque Nahuaque, que quiere decir el dueño de
la cercanía y la proximidad, el que en todas partes ejerce su acción.
El sabio sacerdote enseñaba a los toltecas la forma de
acercarse a Ometéotl-Quetzalcóatl, el
supremo Dios Dual, creador de todo cuanto existe y el responsable de los
destinos del hombre. Era necesario acercarse a la divinidad, esforzándose por
alcanzar lo más elevado de ella: su sabiduría.
Los sacrificios y la abstinencia eran sólo un medio para llegar a él;
más importante era la meditación dirigida a buscar el verdadero sentido del
hombre y del mundo, hacerse dueño de lo negro y lo rojo, las tintas que daban
forma a los símbolos y pinturas de los códices. Quetzalcóatl sostenía que en el Oriente, en la región de la luz,
más allá de las aguas inmensas, estaba, precisamente, el país del color negro y
rojo, Tlillan, Tlapallan, la región
de la sabiduría. Avanzando por la región de la luz, podría superarse el mundo
de lo transitorio, amenazado siempre por la muerte y la destrucción.
Pero, en tanto que el hombre podía llegar al país de la
luz, debía consagrarse en la tierra, imitando la sabiduría del Dios Dual, a la
creación del conjunto de las artes e instituciones de los toltecas. Entregarse
a la Toltecáyotl era, en el fondo,
repetir en pequeño la acción del que engendra y concibe, atributo supremo del
Dios de la Dualidad.
El pensamiento atribuido al sacerdote Quetzalcóatl contrasta, ciertamente, con las creencias en múltiples
dioses o con la práctica de los sacrificios humanos -que él rechazaba- y el temor de no poder superar en un plano espiritual la
muerte personal y el acabamiento del mundo.
Su legado iba a entrar en conflicto con las creencias de
otros pueblos que ocuparían el vacío de poder dejado por los toltecas. Los
grupos nahuas de los siglos XIII-XVI d.C. que penetraron en el valle de México
eran portadores de una visión del mundo y de normas morales que diferían de la
atribuida a Quetzalcóatl. En
particular los mexicas o aztecas, que llegarían a ejercer amplia hegemonía en
la región, aparecen como un pueblo que se considera a sí mismo con un destino
providencial. Su dios Huitzilopochtli
les había revelado su destino y misión en el mundo: expandir su poder desde una
tierra de hermosos lagos hacia los cuatro rumbos del mundo.
Los mexicas, al entrar en contacto con gentes entre las que
perduraba la antigua visión tolteca del mundo, se vieron influidos y las
asimilaron en el marco de sus propias creencias. Concediendo un lugar principal
a Huitzilopochtli en su asociación
con el sol, el dador de la vida, dan lugar a una nueva concepción de la
dualidad, situándolo en lo más alto de su templo mayor al lado de Tláloc, el fomentador de los cultivos.
En tanto que Tláloc es una deidad
reconocida en toda Mesoamérica, Huitzilopochtli
es el dios principal para los mexicas. Estos consideran tener la misión de
traer a su culto a todos los pueblos que habrán de ser conquistados por ellos.
Los mexicas hacen suya la creencia acerca de un sacrificio
primordial de los dioses que habían “merecido” la presente edad cósmica y los
hombres que en ella viven practican ampliamente diversas formas de sacrificios
humanos, a los que Quetzalcóatl se
había opuesto. Organizan sus guerras de conquista dirigidas a expandir los
dominios de su dios y obtener víctimas para los sacrificios.
Hacen suya, también, la antigua imagen del universo con sus
orientaciones a los cuatro cuadrantes del mundo y sus estratos superiores e
inferiores. Conciben la existencia del hombre en la tierra, vinculada
inexorablemente a los destinos de cada momento del tiempo que se tornan
presentes en el escenario terrestre y que pueden conocerse a través de los
cómputos calendárico-astrológicos y, asimismo, en función de la misión suprema
de la nación mexica. En relación con esas convicciones hacen suya una moral
rígida que todos deben acatar; violarla implica romper el orden del universo
que se manifiesta a través de los días y sus destinos, de acuerdo con el calendario
sagrado, el Tonalpohualli, Cuenta de los días; quien miente, roba,
se embriaga, adultera, mata a otro, rehuye el combate, deja de trabajar o
realiza cualquier forma de quebrantamiento del orden, tlahtlacoa, daña a su propio rostro y corazón, se está destruyendo
a sí mismo y, en muchos casos, llegará a ser castigado con la pena de muerte.
Tales principios se inculcaban en las escuelas que había en
las distintas comunidades y, en un nivel más elevado, eran objeto de análisis
en las escuelas sacerdotales, los calmécac,
donde se transmitían y enriquecían los conocimientos acerca de la
divinidad, el mundo y las relaciones humanas.
La moral, vinculada con el destino del hombre en la tierra,
su perfeccionamiento o propia destrucción, hace que las creencias en torno a la
existencia después de la muerte se conciban en coherencia con esas ideas. El cuerpo del que muere se consume al ser
quemado en la tierra. Su yollotl, corazón, en el sentido de fuente y
aliento de vida, marcha entonces a uno de varios posibles lugares situados en
los estratos superiores o inferiores del mundo. Se dice que cuatro años después
de haber llegado el hombre ante el Doble Señor-Señora de la región de los
muertos del todo perece.
Los cuestionamientos de algunos tlamatinime, sabios, que surgieron en otros señoríos, en especial
de Tezcoco –quienes habían ahondado en las doctrinas atribuidas a Quetzalcóatl, comparándolas con las que
eran las creencias y visión del mundo que había hecho suyas la nación mexica– dieron lugar a que unos indagaran sobre el destino del
hombre en la tierra y sus formas de obrar. Otros tocaron el espinoso tema de la
posibilidad de decir palabras verdaderas acerca de la divinidad y, por último,
algunos versaron sobre la muerte y el más allá.
Es sobre todo en los poemas y cantos, así como en algunos
discursos donde varios tlamatinime
dieron expresión a sus preguntas y esbozaron respuestas.
El destino del hombre después de la muerte aparece
incierto, a pesar de las doctrinas religiosas. Pensando en los diversos estratos
del mundo, un sabio nahua se
pregunta:
¿a dónde iré?
¿a dónde iré?
El camino del Dios de la
dualidad
¿Acaso es tu casa en el
sitio de los descarnados?
¿en el interior del cielo?
¿o solamente aquí en la
tierra es el sitio de los descarnados?
(Cantares mexicanos)
Hubo también entre los tlamatinime
otra tendencia que, aceptando el carácter de experiencia que implica esta
vida así como el misterio que rodea el más allá, se encaminó por la vía de la
afirmación con el lenguaje de las flores
y los cantos. Así, tan sólo la poesía, los cantos y las flores pueden ser
un camino para decir palabras verdaderas en la tierra.
Hubo pensadores en México prehispánico que dejan entrever
sus cuestionamientos a los problemas que se plantea el ser humano. Así Nezahualcóyotl (1402-1472), nacido en
Tezcoco, dio a sus ideas un sesgo personal e independiente.
Algunos textos muestran sus ideas principales, entre ellas:
su afirmación reiterada del cambio del tiempo cáhuitl, “lo que nos va dejando” y, en resumen, de la fugacidad de
todo lo que existe; pone, por eso, especial atención al tema de la muerte y a
la posibilidad de superarla de algún modo, encontrando una raíz y un apoyo más
allá del cambio y del tiempo:
¿Acaso de veras se vive con
raíz en la tierra?
No para siempre en la
tierra:
solo un poco aquí.
Aunque sea de jade se
quiebra,
aunque sea oro se rompe,
aunque sea plumaje de
quetzal se desgarra.
No para siempre en la
tierra:
sólo un poco aquí.
(Cantares mexicanos)
La persuasión de que en tlaltícpac,
“aquí sobre la tierra”, sólo por breve tiempo duran las cosas es raíz de la
tristeza, pero también principio de nuevas formas de pensamiento sobre la vida
y la muerte en Nezahualcóyotl:
¿A dónde iremos
dónde la muerte no exista?
Mas ¿por eso viviré
llorando?
Que tu corazón se enderece:
aquí nadie vivirá para
siempre.
Aun los príncipes a morir
vinieron,
hay incineramiento de
gente.
Que tu corazón se enderece:
aquí nadie vivirá para
siempre.
(Cantares mexicanos)
Por eso pasa al descubrimiento del significado profundo de
“flor y canto”, expresión náhuatl del arte y el símbolo, medios para acercarse
desde la realidad de este mundo a la realidad de Topan, Mictlan, “lo que está sobre nosotros y la región de los
dioses y de los muertos”. El siguiente texto expresa la síntesis de su reflexión:
No en parte alguna puede
estar la casa del inventor de sí mismo ...
Se busca su gloria, su fama
en la tierra ...
Nadie puede aquí,
nadie puede ser amigo
del Dador de la vida; ...
El que lo encuentra,
tan solo sabe bien esto: él
es invocado,
a su lado, junto a él,
se puede vivir en la tierra
...
(Romances de los Señores)
Así, Nezahualcóyotl, desde
la duda sobre su existencia y lo que los hombres han dicho de el dador de la
vida, continúa su indagación que es acercamiento y búsqueda constante “como si
entre las flores buscáramos a alguien”.
El acercamiento al pensamiento náhuatl no sólo presenta
puntos de contacto con la reflexión maya, sino que evidencia que hubo en el
México prehispánico sabios que se plantearon preguntas acerca del ordenamiento
del universo, la divinidad, el destino del hombre en la tierra y el más allá,
pero, fundamentalmente acerca de la posibilidad de que el hombre pudiera decir
palabras verdaderas sobre estas importantes cuestiones.
3. Pensamiento incaico[3]
El Tahuantinsuyo, a la llegada de los
españoles, se extendía por el norte hasta el río Ancashmayo (actual Colombia y
Ecuador), por el sur hasta el río Maule (Chile) y por el este hasta Tucumán
(Argentina). Ante el hecho concreto de la existencia de un grupo social que desarrolló
una forma propia de civilización, es posible interrogarse: ¿pensaron estos
hombres? ¿tuvieron una concepción integradora de Dios, mundo, hombre? ¿cómo y
dónde encontrar respuesta a estas preguntas?
Es la crónica, género literario de naturaleza informativa
sobre lo visto y acontecido a los pueblos americanos subyugados, la que
perpetuando el relato de los quipucamayos,
en el caso de la cultura inca, permitió que el alma colectiva de este pueblo
conquistado se fijase en lengua y escritura castellana.
Y es así posible, en esta crónica, encontrar respuesta a
las interrogantes que hemos planteado, investigando con minuciosidad,
recopilando aquí o allá datos aislados, y aun contradictorios, a fin de
encontrar los fundamentos ideológicos sobre los cuales descansaba o se apoyaba
la sociedad incaica, sin pretender, por supuesto, reconstruirlos o
restaurarlos.
Las concepciones sobre Dios (Wiracocha), mundo (pacha)
y hombre (runa) son las que
constituyen el tema central de esta síntesis del pensamiento incaico. Los datos
han sido extraídos de los cronistas del siglo XVI y para cada uno de los temas
se sigue un ordenamiento que parte del mito, pasa por la poesía y culmina en
apreciaciones de carácter reflexivo.
Quiere esto decir que el pensamiento incaico no es exclusivamente mítico
sino que logró principios abstractos de índole racional.
A. Wiracocha (o el poder
y mando de todas las cosas)
Wiracocha, entidad siempre presente, sea en la mitología, en el
poema, o en su versión cristianizada, ofrece una característica peculiar: se da
temporalmente, es decir, desarrollándose en el tiempo, nunca como algo acabado,
fijo o conocido, sino más bien adquiriendo mayor riqueza y contenido de
significación a través de su propio quehacer en el tiempo.
Motivo del primer análisis es la presencia de Wiracocha en el mito, lo que prueba que Wiracocha está enraizado en el proceso
de desenvolvimiento explicativo de todo lo existente y, aun cuando irá
adquiriendo mayor riqueza y contenido de significación, ya se le atribuyen
poderes que no solamente sirven para responder a las grandes problemáticas de
tipo gnositivo sino que lo van delineando como entidad sui generis.
Lo interesante y original de la versión
mítica se da en el hecho de una doble creación. La primera en la oscuridad y la
segunda en la luminosidad, correspondiendo a la primera el agua como elemento
primordial, y produciéndose luego un tránsito al elemento solar (fuego) en la
segunda creación, por la creación astral.
Se examinará ahora el célebre poema a Ticci Wiracocha, que fuera incorporado en quechua en la crónica de
Joan Santacruz Pachacuti Yamqui[4].
Los fragmentos extractados del poema que aluden a Wiracocha son los siguientes:
¡Ah Wiracocha, de todo lo existente el poder!
de toda luz naciente
el hacedor
creador del mundo,
creador del hombre,
Del mundo de arriba,
del mundo de abajo,
del océano extendido,
el Señor Todopoderoso,
del universo
el modelador.
Poder de todo lo existente,
|
Ah Uiracochanticçicapac
vilca
ulcaapu
hinantima
Pachacamac
Runavallpac
hananpachap,
hurinpachap,
cochamantarayacpa
apoticcicapac
hinantima
lluttacticci
capac
|
Como es posible observar en estos
pasajes, se sintetiza su obra, en forma precisa, como algo que se da acabado y
cumplido en el tiempo y en la realidad objetiva.
En contraste se dan otros versos que revelan lo
indefinible, lo insituable y la imposibilidad de acercamiento real y visual a Wiracocha, cuando se le inquiere:
¿Quién
eres?
¿Dónde
estás?
¿No
podría verte?
¿Qué
arguyes?
¡Habla
ya!
|
Pincanque
Maycanmicanque
mana choricayquiman
ymactan ñinqui
rimayñi
|
Se da en esta estructura del poema un contraste de mayor
significación que en el mito. Si en el mito la primera creación es presentada
en obscuridad y la segunda en claridad, en el poema, el contraste se da a través de dos formas conceptuales.
La primera es claramente definitoria, cerrada a través de
los atributos creativos que se le asignan; pero la segunda es todo lo
contrario, implica desconocimiento, más aún, vincula el quién eres y dónde
estás a la necesidad de percibirlo, de verlo, y a la respuesta hablada que
pudiera proporcionar el ser a quien se invoca.
Queda así delineado un orden del preguntar que sí responde
a lo qué ha podido hacer Wiracocha,
apareciendo la respuesta en un crear efectivo, real o visible, pero que no
acierta a contestar sobre quién es, ni dónde está, cuestiones éstas que deben
ser respondidas por el propio Wiracocha.
Esta ambigüedad intrínseca del poema, que delinea la
concepción misma de Wiracocha como
entidad que se reconoce a través de su poder, pero que no es posible definir en
forma precisa ni acabada, explica el por qué de las variantes encontradas en
los cronistas cuando en su indagación trataron siempre de encerrarlo en una
definición precisa y concreta, de acuerdo con las exigencias conceptuales
escolásticas.
Lo interesante es que cada intento de encerrar en una
definición a esta entidad suprema procura hacer inteligible su existencia. Lo
pertinente, dado que no es posible unificar los criterios interpretativos
proporcionados por los cronistas, es agrupar la información recogida en cuanto
expresa términos afines o características semejantes. Sea Wiracocha presentado como hacedor o creador, incomprensible dios,
movedor y causa de las demás causas, el principio entendido como luz eterna, el
poder y mando de todo lo existente, lo que trata de demostrar el cronista es la
presencia en el Tahuantinsuyo de un ser que permitía explicar coherentemente la
realidad y el orden del universo y el mundo.
Sería muy largo examinar aquí cada una de las fuentes, sin
embargo, la que más se acerca a su correcta interpretación es la que le asigna el poder y mando de todo lo existente.
Que Wiracocha
constituyera la entidad explicativa de más alta categoría se evidencia a través
de las reiteradas menciones de los cronistas.
El que siempre se le haya considerado como entidad religiosa obedece
fundamentalmente al hecho de que el cronista, al reconocerlo como la máxima
entidad que explicaba todo lo existente, realizó una transposición
interpretativa inconsciente en términos de filosofía escolástica. Esto explica
también la insistencia del cronista por encerrarlo en una definición, que casi
siempre efectuó a partir de una traducción de vocablos quechuas, cargada,
igualmente, de sentido interpretativo escolástico.
La cautela del pensar indígena no encierra a Wiracocha en una definición. Examinado
como concepto definitorio aparece con una naturaleza bipolar, una faceta
conocida y definida que resume todo lo creado como “existente actual”
(pasado-presente), y otra desconocida e incomprensible que apunta hacia todos
sus poderes y posibilidades de realización (futuro). Por eso su actuar en el
pasado se ofrece con posibilidades de ser perfeccionado, y es sólo en cuanto
rectifica y perfecciona su creación, es decir su obra, que adquiere la nota
esencial más importante que es la del poder y mando de todo lo existente,
constituyéndose en explicación ontológica.
Este poder y mando atribuido a Wiracocha, por ser una cualidad abstracta, revela no sólo lo
indefinible, lo insituable, la imposibilidad de acercamiento real, sino lo
desconocido; es, en última instancia, el reconocimiento, a través de la
reflexión, de un poder que trascendiendo la experiencia adquiere categoría de
entidad ontológica.
B. Pacha (mundo)
La versión mítica[5]
agrega detalles sobre el ordenamiento de este mundo efectuado por Pacha yachachi o Tecsi Viracocha y sus dos hijos Tocapo
Viracocha -hacedor, en el que se incluyen todas las cosas-
e Ymai mama Viracocha -en
cuyo poder y mando estaban todas las cosas-.
Los pasajes del mito consignan todo un ordenamiento de
carácter cognoscitivo de la naturaleza animal y vegetal, así como el ámbito
geográfico para ser divulgado a las gentes.
En el poema a Ticci
Wiracocha se hace mención a la cosmovisión incaica en los siguientes
interrogantes:
¿En el mundo de arriba
o en el mundo de abajo
o a un lado del mundo
está tu poderoso trono?
|
hananpichum
hurimpichum
quinraynimpichum
capacosnoyqui
|
Luego se da la siguiente reiteración:
verdadero de arriba,
verdadero de abajo,
Señor,
del universo
el modelador.
|
ananchiccha
hurinchiccha
apo,
hinantima
llutacticci
|
Tendríamos así una visión de tres mundos: el de arriba, el
de abajo y el de un lado, siendo Wiracocha
modelador tanto del universo como del de abajo y el de arriba. El mundo de la
superficie terrestre -hurin pacha-
tiene un centro u ombligo por donde atraviesan dos líneas, una horizontal y
otra vertical, que demarcan las cuatro grandes zonas de la tierra: la división
en cuatro suyos -Tahuantinsuyo- quiere así significar que se despliega hacia los cuatro
sectores del mundo desde el Cuzco.
En lo que se refiere al tipo de conocimiento en que
confiaban, era el experimental o empírico.
Es conveniente aclarar aquí que todo parece indicar que
existía en el Tahuantinsuyo un nivel superior de conocimiento que sobrepasaba
las posibilidades de transmisión oral y, en efecto, las crónicas están
saturadas de referencias a indios sabios, amautas,
que efectuaban sus relatos a los españoles sirviéndose de la ayuda mnemotécnica
de los quipus.
Sin entrar aquí a examinar este problema a fondo, diremos
que existían quipus para cada esfera
de la sabiduría. Estos quipus
constituían -y hay que destacarlo- un sistema para la acumulación y transmisión del saber,
conocimientos y experiencias adquiridas, al no ser comprendido a cabalidad por
el conquistador en su importancia como sistema comunicativo y dado lo difícil y
complejo de su aprendizaje fue suplantado por la escritura. En fin, y para
mencionar sólo a dos cronistas, diremos que, según Acosta, al referirse a los
memoriales y cuentas que usaron los indios del Perú, los explica así:
“Es increíble lo que en
este modo alcanzaron, porque cuanto los libros pueden decir de historias, y
leyes, y ceremonias y cuentas de negocios, todo eso suplen los quipos tan
puntualmente, que admiran ... que así como nosotros de veinte y cuatro letras,
guisándolas en diferentes maneras, sacamos tanta infinidad de vocablos, así
éstos de sus ñuños y colores sacaban innumerables significaciones de cosas”[6].
Y que, según Murúa, “tanta razón hay de creer a sus
antepasados y a sus quipus y memorias como a los mayores y antepasados de los
cristianos...”[7].
Corresponde ahora, a través de la crónica de Guamán Poma de
Ayala, demostrar hasta qué punto ese recuerdo pretérito es coherente, racional
y estaría, incluso, de acuerdo con los cuadros contemporáneos sobre evolución
de la humanidad. El cronista indio presenta un cuadro de cuatro generaciones,
edades o épocas de indios, que sintetizaremos aquí: Después del diluvio se dan
cuatro generaciones de indios.
La primera
generación, Pacarimoc Runa, gente del amanecer,
nacer, aparecer. Durante esta época los hombres no sabían hacer nada, se
vestían con hojas y esteras tejidas de paja. No sabían construir casas, vivían
en cuevas y debajo de las peñas. Empezaron a trabajar y arar el suelo ... para
cultivar sus alimentos en una tierra desconocida por ellos llevando una vida
errante.
La segunda edad,
Variruna, gente primitiva de estos reinos,
autóctona. Durante esta época comienzan los indios a trabajar la tierra virgen
usando el agua de ríos o riachuelos, lagunas o pozos, y haciendo andenes por
acequias hechas en partes altas. Abandonaron las cuevas y edificaron para vivir
pequeñas viviendas que tenían la forma de horno. Se cubrían el cuerpo con
cueros de animales. No tenían oficio ni arte; no se hacían la guerra y su
ocupación en las horas de descanso era sólo comer y dormir.
La tercera edad,
Purunruna, gente del campo nómada. En esta época
los hombres aumentaron tanto como las arenas del mar; empezaron a vestirse con
ropa tejida; además fabricaban tapicerías diversas, adornos hechos con plumas;
edificaron casas, construyendo las paredes con piedras y cubriendo sus techos con
paja. Eligieron reyes y capitanes. Comenzaron a poblar las tierras bajas,
hicieron cercos y formaron poblaciones. Cultivaron sus chacras e irrigaban las
tierras por medio de acequias. Empezaron a tejer sus vestidos con vetas de
colores o listados y aprendieron a teñir la lana, así como a criar ganado;
además comenzaron a beneficiar metales. Hicieron prendas de plata y oro macizos
y otros artículos y vajillas que constituían las riquezas de esta gente. Como
aumentaron en número considerable se suscribieron diferencias, comenzaron a
reñir, llegando a hacerse la guerra entre ellos, pero generalmente procuraban
vivir en paz, hacían sus fiestas cantando y bailando al son de los tambores y
pífanos.
La cuarta edad,
Aucaruna, eran gente guerrera de esta tierra. Debido
a su gran número por temor de verse envueltos en luchas internas, guerras y
contiendas, fueron a poblar las partes altas, donde empezaron a construir
fortalezas en los cerros y peñas más inaccesibles para poderse defender. Comenzaron a distinguirse los capitanes más
bravos y los guerreros usaban gran variedad de armas y peleaban al toque de sus
músicas guerreras. Se quitaban mujeres, hijos, chacras, sementeras, acequias,
demostrando crueldad en sus luchas. Los victoriosos saqueaban y robaban haciendas,
ropas, utensilios de oro, plata, cobre, inclusive las piedras de moler (que
tenían en gran estima). Tenían sin embargo abundantes medios de subsistencia,
ganados, etc.
Estos períodos duraron -dice- cerca de cinco mil trescientos años en los cuales se multiplica
la población. Dicho período termina con la conquista de estos territorios por
parte de los Incas[8].
Lo importante aquí es destacar la explicación evolutiva y
el carácter racional del relato.
En síntesis, el mito atribuye a Wiracocha la creación del universo y del mundo. El orden y
clasificación del mundo también es efectuado por él y sus ayudantes o hijos. El
poema expresa la cosmovisión y el orden en la naturaleza dados también por Wiracocha. La crónica establece que la
experiencia o praxis es tenida muy en
cuenta en el incario, que el quipu y
la quilca constituyeron sistemas de
acumulación y transmisión de conocimientos y que el espacio geográfico y el
tiempo histórico fueron adquiriendo, a través de la experiencia, connotaciones
gnoseológicas de orden racional.
C. Runa (hombre)
Al tratar del hombre en la cultura incaica debemos
referirnos, en primer lugar, al mito que narra que Wiracocha anula la primera creación de una especie humana para
proceder ya en un tiempo de luminosidad a crear una nueva generación de
hombres:
“Así como salió y en
aquella mesma hora, ... dicen que hizo el sol y día, y luna y estrellas; y que
esto hecho, que en aquel asiento de Tiaguanaco, hizo de piedra cierta gente y
manera de dechado de la gente que después había de producir, haciéndolo en esta
manera: Que hizo de piedra cierto número
de gente y un principal que la gobernaba y señoreaba y muchas mujeres preñadas
y otras paridas y que los niños tenían en cunas, según su uso; todo lo cual
ansí hecho de piedra, que lo apartaba a cierta parte; y que él luego hizo otra
provincia allí en Tiaguanaco, formándolos de piedras en la manera ya dicha, y
como los hobiese acabado de hacer, mandó a toda su gente (sus ayudantes con los
que había aparecido, anot. nos.) que se partiesen todos los que él allí consigo
tenía, dejando solos dos en su compañía, a los cuales dijo que mirasen aquellos
bultos y los nombres que les había dado
a cada género de aquellos, señalándoles y diciéndoles: ‘estos se llamarán los
tales y saldrán de tal fuente en tal provincia, y poblarán en ella, y allí
serán aumentados; y éstos saldrán de tal cueva, y se nombrarán los fulanos, y
poblarán en tal parte; y ansí como yo aquí los tengo pintados y hechos de
piedras, ansí han de salir de las fuentes y ríos, y cuevas y cerros, en las
provincias que ansí os he dicho y nombrado; e iréis luego todos vosotros por
esta parte (señalándoles hacia donde el sol sale), dividiéndoles a cada uno por
sí y señalándoles el derecho que deba de llevar’ ”[9].
Este mito, en su contenido, es sui generis, autóctono y, en su forma, permite el tránsito de lo
dogmático a lo racional, porque si bien es cierto ofrece, en una primera instancia,
un actuar de Wiracocha con poderes
sobrenaturales inexplicables, éstos se van atenuando y convirtiendo en un
quehacer dentro de una realidad espacial conocida, así como dentro de las
particularidades de los grupos humanos que la habitaban.
En el poema a Wiracocha
el hombre declara su dependencia, sus limitaciones y su angustia por alcanzar
el estado de reflexión cuando le dice:
creador del hombre,
Cuando pueda ver,
cuando pueda saber,
cuando sepa señalar,
cuando sepa reflexionar,
me verás,
me entenderás.
“¡Jay!”, dime solamente,
escúchame
cuando aún
no esté cansado,
muerto.
¿Quién eres?
¿Dónde estás?
¿Qué arguyes?
¡Habla ya!
|
runavallpac
ricuptiy
yachaptiy
vnanchaptiy
hamuttaptiy
ricucanquim
yachavanquim
hayñillabay
oyarillabay
manaracpas
say coptiy
vañuptiy
pincanque
maycanmicanque
ymactan ñinqui
rimayñi
|
El aspecto más significativo de estos fragmentos del poema
está referido a los cuatro grados del conocimiento expresados en el ver, saber,
señalar y reflexionar, ya que implican categorías ascendentes: el ver como
percepción, el saber como conocer, el señalar como el discernir o juzgar y, por
último, el reflexionar o razonar como la máxima posibilidad del hombre siendo,
al mismo tiempo, el estado que le permite su aproximación a este ser poderoso.
Hay que destacar también los interrogantes formulados que
confirman los aspectos incognoscibles de esta entidad para el ser humano. Son
preguntas sobre su esencia y existencia; expresan la necesidad de explicación
directa en el interrogante “¿Qué arguyes?”, para culminar con una exigencia de
comunicación al exclamar: “¡Habla ya!”.
En suma, el poema nos presenta al ser humano,
reconociéndose en sus limitaciones gnoscitivas como un ser angustiado e
imperfecto, cuya más alta posibilidad es alcanzar el estado de reflexión.
En lo que respecta específicamente al comportamiento del
hombre en el incario, los datos proporcionados por los cronistas
indiscutiblemente confirman que existió una gran preocupación en el plano
ético. Los principios establecidos en el plano del comportamiento de este
hombre parecen haber sido elaborados en concordancia con la propia organización
del régimen incaico y teniendo en consideración la naturaleza humana. Se
trataba, pues, de organizar los intereses del Estado en armonía con una visión
realista de la conducta basada en la experiencia.
Conviene ahora acercarnos a esas leyes y normas específicas
sobre el comportamiento en el incario. Son bastante extensas, así es que las
presentaremos en síntesis y según la crónica conocida como Anónima y atribuida a Blas Valera. Afirma este cronista que
existían en el incario leyes de familia, de pastos, montes, leña, pesca, caza,
minas; leyes de postas, de embajadores, de comunidades, de depósitos, de la
salud, de médicos; leyes de la milicia y de la guerra; de gobierno de la
república, de los magistrados, del modo de oír causas, de los testigos, del
testamento, de matrimonios, de escuelas o manera de ellas para enseñar niños y
niñas, y de otras cosas. Y en todas ellas, y en las leyes ya dichas, eran
puntuales en la ejecución y guarda de ellas, que era cosa para admirar.
Expresa, igualmente, que, entre sus leyes, había las
referidas a su falsa religión -de las que no se ocupa ni ha querido recopilarlas-
y otras que “fuera bien que se guardasen todas” referidas al gobierno moral[10].
Si aceptásemos como existentes en el Tahuantinsuyo estas
leyes que condenaban la ebriedad, el homicidio, el robo y la ociosidad, por un
lado, y el adulterio y las relaciones sexuales forzadas y contra natura, por otro lado, encontramos una coincidencia con los
vicios y defectos que señalan los cronistas frente al comportamiento de los
indios bajo el sistema español. Lo que interesa destacar aquí es que el régimen
incaico, mediante una legislación sumamente rigurosa, trataba de controlar
estas manifestaciones de la conducta humana; es, pues, evidente que los
aspectos negativos de la condición humana eran controlados, y es también
evidente que destruido el sistema del incario se debió originar el desorden y
desenfreno que acusan los cronistas.
En síntesis, las ideas más importantes acerca del hombre -runa- en la cultura incaica dan cuenta de su doble creación,
primero en la oscuridad, obra que la propia “divinidad” considera defectuosa,
la elimina por completo y la conduce a crear un segundo tipo de hombre “en la
luminosidad”. Este rectificar la obra realizada, que el ser supremo realiza va
a marcar y significar el concepto esencial acerca del hombre, en cuanto “ser
capaz de mejorar todo lo que haga”. Este concepto esencial acerca del hombre se
expresa en una vía ascendente por la que el hombre debe discurrir, pues para
llegar a comunicarse con Wiracocha
hay que pasar por “el poder ver”, “poder saber”, “saber señalar” y “saber
reflexionar” y que apunta, como es obvio, a que la máxima posibilidad de
realización en el hombre se da en el pensar o razonar. Las normas sobre el
comportamiento, o el código moral, tuvieron connotaciones específicas en lo que
respecta a la condena de la ebriedad, el homicidio, el robo, la ociosidad, el
adulterio, las relaciones sexuales forzadas y contra natura, etc., y esto demuestra que una legislación sumamente
rigurosa era la encargada de controlar estas manifestaciones de la conducta
humana.
Este delineamiento acerca del hombre, así como lo expuesto
acerca de Wiracocha -que
no es otra cosa que el reconocimiento, a través de la reflexión, de un poder
que trascendiendo la experiencia adquiere categoría de entidad ontológica-
y lo expresado acerca de la cosmovisión del universo y del mundo -significativo
en cuanto expresa un sistema de conocimiento y ordenamiento del mundo y de la
tierra-
nos parecen suficientemente probatorios de la existencia, en el Tahuantinsuyo,
de una estructura de pensamiento coherente lograda a través de la experiencia,
el conocimiento y la reflexión. En otras palabras, esperamos haber logrado con
este trabajo el propósito de acercarnos al pensamiento prehispánico a través de
la penetración en los temas fundamentales acerca de Dios, mundo y hombre, cuya
intrínseca relación hemos querido demostrar y describir en su genuina y
auténtica originalidad.
II
Filosofía e ideología en Latinoamérica
En efecto, el pensamiento prehispánico,
concepción sui generis, expresión
cultural de mayas, náhuatls e incas, constituyó un horizonte de profunda
reflexión que dio base metafísica a teólogos y evangelizadores para realizar la
transposición al código religioso occidental.
Así, pues, sobre la base del conocimiento y las creencias
existentes fue posible superponer al mundo religioso indígena la religión
cristiana. América es incorporada a
Occidente, a través de España y Portugal, no sólo religiosa sino culturalmente,
y esta transculturación se inicia sin discusiones y sin poner en tela de juicio
las posibilidades de implantación de la cultura y los valores desarrollados en
Europa. La transculturación, aparte del drama humano que representó para el
natural, fue esencialmente destructora de las culturas nativas. Lo que llama a
la reflexión es que la América India subsiste y está presente en Centroamérica,
México y el Área Andina.
Cuando se acepta esta realidad, como la mostración más
evidente de nuestro subdesarrollo y extrema pobreza, es posible cuestionar el
hecho de la transposición cultural; pues ésta, iniciada hace quinientos años,
no ha logrado desterrar por completo lo ancestral, no ha logrado todavía una
síntesis que se exprese sin la escisión cultural identificable entre las masas
que constituyen los actuales descendientes de las civilizaciones pre-hispánicas
y las que están insertas en la cultura y el progresismo occidental.
El hecho es que el habernos impuesto o,
el haber elegido, ser prolongación del hombre por excelencia, el occidental, e
integrarnos a su historia y cultura, ha implicado una amputación de la cultura
indígena. Esto, que ha constituido y constituye una expresión de la realidad
americana, se ha reflejado una y otra vez como la problemática más constante en
su historia y en su reflexión. Queda, sobre todo, establecida una distinción
entre el pensamiento anterior a la conquista española y el que le sucede,
correspondiente a nuestro ingreso a la cultura occidental y a su filosofía.
Hay que relievar que con el trasfondo de la problemática
indígena, con “el encubrimiento del otro” (el indígena), se inicia en América
la transculturación occidental. La filosofía, elemento fundamental de la
cultura y civilización europea, es implantada en nuestro continente. Con este
hecho se inicia el proceso histórico de la filosofía en Latinoamérica, es
decir, el de la secuencia de las filosofías que se han ido adoptando desde esa
incorporación a Occidente y que es, en lo esencial, un panorama de escuelas,
sistemas, filosofías e ideologías que es pertinente, en apretadas síntesis,
presentar y evaluar desde la perspectiva indígena.
1. La filosofía en
Latinoamérica[11]
La filosofía en
Latinoamérica presenta un cuadro de desenvolvimiento peculiar -de
naturaleza bipolar- que ofrece ya una personal manera de aceptación de la
filosofía: de un lado, el afán del filósofo por conocer y estar al tanto de las
doctrinas imperantes en Occidente, que constituye la vertiente académica de
nuestro filosofar; y, del otro, el conjugar y hacer válidas estas filosofías en
el mundo cultural y en la realidad histórica americana, esfuerzo, éste último,
a través del cual vemos convertida la filosofía en ideología o en instrumento
de análisis, crítica y cambio de nuestra realidad.
La actitud
estrictamente filosófica, ejercida sobre todo en las universidades y academias,
ha considerado a la filosofía como una disciplina eminentemente teórica y ha
procurado un cabal conocimiento de sistemas, doctrinas y filósofos en cada una
de las etapas de su desenvolvimiento.
Estas etapas son conocidas bajo las denominaciones de escolástica,
ilustrada, romántica, positivista y evolucionista, espiritualista y
contemporánea (actualmente cabe distinguir, entre las más importantes, el movimiento
fenomenológico y existencialista, el marxismo, la filosofía analítica y la
filosofía cristiana).
Desde su inicio, en
conventos y centros de estudios religiosos, la filosofía en nuestra América ha
tenido una secuencia ininterrumpida de más de cuatro siglos y medio de
adiestramiento filosófico. Ha logrado, en la actualidad, un cierto estilo de
pensamiento, y nuestra reflexión evidencia no sólo un cabal conocimiento de las
últimas tendencias, sistemas y doctrinas filosóficas, sino un alto nivel teórico
y especulativo que se hace evidente en las obras de sus más ilustres
representantes. El movimiento filosófico ha adoptado fundamentalmente
filosofías occidentales y no ha dado todavía cabida a un planteamiento
filosófico que incluya la problemática indígena.
2.
La ideología en
Latinoamérica
En su segunda
vertiente, la filosofía convertida en ideología ha servido de fundamento a
pensadores que, inspirados justamente por esos sistemas, doctrinas o filósofos,
procuraron aplicarlos a determinadas realidades coyunturales históricas a fin
de superarlas. La filosofía, así, ha sido también una praxis que ha proporcionado determinados filosofemas o principios
racionales que al conjugarse con nuestra realidad sirvieron, en primer lugar,
para patentizar una situación defectiva que exigía efectuar modificaciones en
la estructura en vigencia, y que condujeron, en segundo lugar, a la
modificación, reforma o cambio de esa situación coyuntural. Este
desenvolvimiento bipolar de la filosofía permite señalar dos líneas paralelas
de reflexión que se han ido fortaleciendo mutuamente: la filosófica y la
ideológica.
Se postula aquí que el intento de reflexión acerca de
nuestro pasado histórico, con miras a la solución de problemáticas arrastradas
hasta el presente, no sólo obliga al estudio de las influencias filosóficas que
se han venido sucediendo en el transcurrir histórico de nuestra filosofía, sino
también -y esto es lo fundamental- a conseguir un ajustado conocimiento de aquellas otras
influencias filosóficas que no fueron seguidas literalmente, sino que se modificaron
por el peso de la propia realidad, pero que al sufrir determinadas
transformaciones actuaron sobre ella modificándola. Esta ha sido precisamente
la vía que ha conducido a la postulación de dos actuales corrientes
filosóficas, surgidas en el suelo latinoamericano, que son: la filosofía inculturada y la filosofía de la liberación latinoamericana.
Las influencias filosóficas que dieron lugar a las
creaciones ideológicas pueden ser concretizadas. En efecto, en la etapa
colonial la filosofía escolástica tiene
una influencia determinante en la conceptualización del aborigen de parte de la ideología humanista, fundamentalmente
defensora de la capacidad intelectual del natural americano. Gracias a ella, no
solamente se controló la férrea jerarquización escolástica, sino que se la
atenuó en lo referente a las relaciones de convivencia entre conquistados y
conquistadores. Se trataba, fundamentalmente, de comprender, a la luz de los
conceptos clásicos y tradicionales de la cultura occidental, un modo de vida y de
conducta, el de los indios americanos, desemejante al del europeo. La polémica que se suscita en torno a esta
cuestión es esencialmente antropológica, pues está referida a la racionalidad y
aptitud del indígena para asimilarse a la cultura occidental. Pero lo
importante estriba en el hecho de que los valores establecidos por la cultura
prehispánica obligaron a un planteamiento ideológico que, en última instancia,
debió admitir que hombres extraños al proceso histórico-cultural occidental,
con sus propias y peculiares formas de pensamiento acerca de Dios, el mundo y
el hombre, habiendo por ende vivido y realizado otra historia, pudieran ser
admitidos e introducidos en ese proceso histórico.
La ideología humanista cristiana, de alta consideración
antropológica, que se gestó en la controversia y cuyo vocero más caracterizado
fue Bartolomé de Las Casas, tuvo que enfrentarse a los intereses de la Corona y
el conquistador. Si bien es cierto que teóricamente se canceló la idea de que
el natural americano era siervo por naturaleza, logró imponerse la ideología
basada en el argumento de la tutela civilizadora y religiosa, encubriendo la
problemática de la justificación del dominio de España en América y el trato
igualitario que la ley llegó a otorgar al súbdito americano.
Tradición filosófica, de un lado; praxis tangible, del otro. Es posible afirmar que frente al caso
americano la tradición filosófica española, dentro del contexto de la
transculturación, fracasó -al no lograr una síntesis cultural más adecuada y justa-
y tuvo que crear y dar origen a una ideología que sirvió para justificar el
dominio de tierras y hombres. Así, la crítica respecto del dominio de Indias
así como el debate en torno a la naturaleza del natural americano inauguran la
actitud ideológica, y no la estrictamente filosófica, que, con el transplante
de la cultura occidental, se inicia y proyecta en la historia de nuestro
pensamiento.
El cuerpo de doctrina de base humanista
que creó y utilizó España en América frente a las urgencias de la praxis de dominación política,
económica, social y religiosa estableció la escisión en dos repúblicas: la de
españoles y la de indios. Esta escisión subsistió a lo largo del sistema
colonial hasta mediados del siglo XVIII en que, bajo la inspiración de la filosofía
ilustrada, se inicia el proceso ideológico que condujo a la emancipación
política iberoamericana.
Nuestra ideología
ilustrada se desenvolvió en un largo proceso que abarcó la segunda mitad
del siglo XVIII y principios del XIX. Lo evidente es que el pensamiento
ilustrado alentó a nuestros ideólogos, desde la razón, en su afán de cambio, de
reforma y de revolución. El cuerpo de doctrina, con similares formulaciones
teóricas a lo largo de los dominios españoles, llegó a constituirse en una
ideología de la emancipación. La felicidad, unida a la prosperidad, sería común
a la humanidad; pero antes era necesario reconstruir todo a la luz de la razón;
los filósofos descubrirían el plan de la naturaleza, instituirían una nueva
política que transformaría a los súbditos y esclavos en ciudadanos, un nuevo
derecho que permitiría acabar con las injusticias, una nueva religión más
natural y auténtica y un nuevo orden social donde reinaría la libertad y la
prosperidad. Esta etapa de influencia ilustrada ha dejado también otras
problemáticas no resueltas, como el conjunto de nuevos valores que debían
realizarse: la felicidad, la prosperidad,
la justicia, la libertad e igualdad (ofrecidos en la ideología
emancipatoria), cuestiones éstas que se añadirían al problema indígena de la
etapa colonial.
Los inicios de 1822 plantean nuevas problemáticas que deben
ser urgentemente resueltas: la forma de gobierno más conveniente en América, la
nueva organización política de las nacientes naciones, la colaboración de los
ejércitos de San Martín y Bolívar para la expulsión definitiva de los españoles
del suelo sudamericano y la necesidad de una Confederación que permitiese
mantener unidos los territorios que iban siendo liberados del poderío español.
Ante esta situación, se abre una nueva etapa ideológica que
se extiende aproximadamente hasta 1870 y que se inspira en el romanticismo social. Las doctrinas
filosóficas que se adoptan en este período son: la ideología de Desttut de
Tracy, la escuela escocesa, el eclecticismo francés y el krausismo alemán.
Todas ellas nutren al mismo tiempo el pensamiento político-social de la época,
que se caracteriza por las luchas entre conservadores y liberales. El grupo
liberal logró, por cierto, que se adoptase y luego mantuviese el sistema
republicano, así como también que se decretara la libertad de los esclavos
negros. Pero el grupo conservador, respaldando a los sistemas autoritarios,
consiguió mantener muchos de los privilegios que había tenido en la colonia y
estuvo siempre atento a los peligros que implicaba una plena democracia,
deteniendo por eso sus avances a través del caudillaje militar y las
dictaduras.
En lo que concierne a la Confederación, o ideal de formar
una Federación americana, fracasó por las resistencias nacionalistas y el temor
de que las nacientes repúblicas pudieran ser sometidas a una suerte de
colonialismo y así no se le dio la oportunidad de crecer y mostrar su
trascendental importancia.
El romanticismo social sedimenta un horizonte ideológico
que ha planteado una y otra vez la necesidad de lograr una real y efectiva
estructura política democrática y, en las últimas décadas, ha revivido el
planteamiento de la unión latinoamericana, no sólo cultural sino también
económica, para poder resolver problemas tan apremiantes como el de la deuda
externa y el de pactos regionales comerciales. Al romanticismo ha de sucederle
la ideología positivista. Sus
influencias filosóficas predominantes son: la filosofía positiva, el
evolucionismo y el materialismo, los cuales darán fundamento al credo ideológico
de finales del siglo pasado y los primeros años del presente. El contenido
doctrinario del positivismo atrae especialmente por su naturaleza científica y
tecnológica. Las explicaciones evolucionistas modifican sustancialmente las
ideas de conocimiento y cultura, y el materialismo hace sentir su influencia
sobre todo en los círculos intelectuales.
La divisa de “orden y progreso” es aprovechada, sobre todo
en el campo de la política, para respaldar regímenes dictatoriales. La clase
dirigente, a través de los gobiernos de turno, auspicia préstamos y convenios
con potencias extranjeras para la explotación de nuestros recursos naturales,
con lo cual se consolidó la inversión extranjera en nuestros países. Con el
positivismo ingresamos al neocolonialismo económico y, si el ideal de la
prosperidad fue acariciado en la etapa ilustrada, este ideal se transforma en
las divisas de progreso y desarrollo científico y tecnológico a los que se
accedería mediante el contacto y trato con el capital foráneo. La problemática
de la necesidad del avance científico y tecnológico, frente al cual siempre
experimentamos un atraso, así como distintas políticas desarrollistas y
progresistas, tienen su génesis en esta etapa de recepción de la filosofía
positiva. Una nueva etapa ideológica se inaugura con la introducción del espiritualismo y el marxismo.
Los grupos conservadores,
tradicionalmente ligados a las corrientes metafísicas del espiritualismo
cristiano, consideraron un peligro las influencias materialistas y buscaron en
la filosofía europea tendencias espiritualistas que detuvieran el proceso
ideológico materialista. A su vez, el grupo de pensadores positivistas, en una
muestra interesante de autocrítica y evaluación de los resultados de estas
influencias filosóficas, reconocieron el fracaso, en la praxis, de sus teorías positivistas y buscaron, igualmente, la
adopción de filosofías -entre ellas la marxista-, con las que esperaban no sólo renovar
la doctrina que venían propagando, sino lograr efectivos cambios políticos, económicos
y sociales. Es a partir de la segunda década de este siglo, y desde esta
vertiente marxista, de donde surge el planteamiento de la problemática
indígena, a la que también responderá el espiritualismo con énfasis hispanista.
En lo que respecta a estas etapas -la
ilustrada, la romántica, la positivista e, incluso la espiritualista-,
fueron adoptadas en la seguridad de que podrían adaptarse y hacerse válidas en
un contexto cultural como el iberoamericano. En verdad, ideológicamente
significaban la continuidad del proceso iniciado con motivo del encuentro, es
decir, el de la posibilidad del trasplante filosófico europeo, quedando, a
través de él, cabalmente inmersos en la totalidad de su cultura.
La situación histórica latinoamericana, vista desde la perspectiva
de las luchas ideológicas, está caracterizada por una bipolaridad entre las
fuerzas conservadoras –continuadoras ideológicamente de los principios
absolutistas y autoritarios implantados en la colonia– y las tendencias liberales –más comprometidas con la realidad y la necesidad de
modificarla–
defensoras del sistema democrático y, por lo tanto, partidarias de la
movilización social, propiciadoras incluso de la alfabetización y educación
para los indígenas, y abanderadas con los ideales occidentales de libertad,
justicia, igualdad, progreso y desarrollo para los pueblos. Esta bipolaridad es
inherente al proceso filosófico-ideológico del pensamiento latinoamericano, que
tiene como característica primordial su fluctuación en la intencionalidad de
recepcionar determinadas filosofías para su aplicación a la realidad histórica.
Es en estas circunstancias que se produce un fenómeno
específicamente americano: unos cuantos hombres intentan repentinamente pensar
filosóficamente; son los llamados fundadores de la filosofía latinoamericana.
Su rol histórico consistió en difundir la filosofía desde fines del siglo
pasado y principios del presente. Ven a la filosofía como un non plus ultra y enseñan a los grandes
maestros de la filosofía occidental.
Es en este quehacer que experimentan la vivencia del
desenfoque de nuestro pensamiento y
cultura, y procuran por eso crear las bases culturales y el instrumento
intelectual adecuado para la formación de un hombre nuevo americano que, bajo
el impulso de la razón, quede cabalmente inmerso en el torrente de la cultura
occidental. Por las décadas del cincuenta y el sesenta, el movimiento iniciado
por los fundadores ha modelado el carácter de la filosofía latinoamericana como
un quehacer que aspira a pensar por sí mismo los grandes temas del filosofar
occidental hasta alcanzar la creatividad. La exigencia de creatividad,
instaurada en la etapa espiritualista-marxista, también se hace sentir en otro
grupo de filósofos que asumen con rigor, y a través de estudios sobre nuestro proceso
filosófico e ideológico, la misma actitud creativa, insistiendo, ya desde la
década del cuarenta, en hablar del nacimiento y desarrollo de la filosofía
americana.
No se trata para ellos sólo de reconocer el hecho de que en
América se ha cultivado la filosofía, sino de algo más significativo: crear una
auténtica y original reflexión filosófica desde la circunstancia
histórico-geográfica y cultural que es América.
El proyecto tiene un momento significativo en 1968. A la
pregunta ¿Existe una filosofía de nuestra
América?, Augusto Salazar responde:
“... vivimos alienados
respecto a la propia realidad que se ofrece como una instancia defectiva, con
carencias múltiples, sin integración y por ende sin vigor espiritual.” [12] ...
“Nuestra filosofía, con sus peculiaridades propias, no ha sido un pensamiento
genuino y original, sino inauténtico e imitativo en lo fundamental. ... La
constitución de un pensamiento genuino y original y su normal desenvolvimiento
no podrán alcanzarse sin que se produzca una decisiva transformación de nuestra
sociedad mediante la cancelación del subdesarrollo y la dominación”[13].
Para Leopoldo Zea, en cambio:
“... a la pregunta sobre la
posibilidad de una filosofía americana, de una filosofía de nuestra América,
sólo cabe una respuesta, no sólo es posible sino lo ha sido o lo es,
independientemente de la forma que la misma haya tomado, independientemente de
su autenticidad o inautenticidad. En esta filosofía, en la de lo que ha sido
posible realizar, está la base de lo que se quiere seguir realizando”[14].
Observa Zea que se perfila una nueva actitud filosófica,
preocupada más por la acción eficaz que por la teoría, una nueva actitud que
cumplirá también su función, como la que le antecedió cumplió la suya. “No ya
sólo una filosofía de nuestra América y para nuestra América, sino filosofía
sin más del hombre y para el hombre en donde quiera que éste se encuentre”[15].
3. Filosofía inculturada
y filosofía de la liberación latinoamericana
Se trata de dos concepciones antropológicas o neo-humanistas. Podemos
afirmar que la temática sobre el status
del hombre americano se constituye en una filosofía que no sólo aspira a pensar
por sí misma uno de los grandes temas transplantados de la filosofía
occidental, sino que aspira a cambiar su realidad defectiva, aspira a modificar
su estado de subdesarrollo y alienación cultural. Desde esta preocupación
fundamental se han dado dos postulaciones filosóficas: la filosofía inculturada y la
filosofía de la liberación.
Al movimiento filosófico hay que agregar otros aportes
significativos. A partir de la década del cincuenta, y hasta el presente, se
dan expresiones literarias que han contribuido sustancialmente al análisis de
las experiencias de vida de nuestros hombres, haciendo de la narrativa
latinoamericana de los últimos cuarenta años su período de mayor desarrollo y
haciendo también que su aporte sea uno de los más importantes en el panorama
actual de la literatura universal. Igualmente, desde la disciplina sociológica,
se ha desarrollado la teoría de la dependencia y, desde la filosofía cristiana, la teología de la liberación.
A. Filosofía inculturada
La filosofía inculturada procede de la filosofía cristiana
y de la filosofía de la liberación latinoamericana. Sus representantes, entre
los que hay que mencionar a Juan Carlos Scannone, consideran necesario superar
los esquemas teóricos y las categorías conceptuales básicas desarrolladas por
el sector dominante, que es el del pensamiento occidental. Piensan que estas
categorías cosifican en un solo bloque toda la realidad y por eso impiden un
verdadero encuentro de todos los hombres en la igualdad, el amor y la libertad.
Esas categorías contienen, por otro lado, símbolos y conceptos ya gastados que
tampoco pueden transmitir al hombre de hoy la radical novedad, la universalidad
y la transcendencia del mensaje cristiano. La tarea fundamental de la filosofía
cristiana consiste en desarrollar una conceptualización no viciada por
ideologías y asequible a todos los hombres, que exprese el mensaje universal y
eterno del cristianismo desde una nueva aventura del pensamiento. Hay varias
posibilidades, pero el camino más sugestivo de la nueva conceptualización
podría partir de las vivencias y símbolos de la sabiduría popular que en Latinoamérica recoge lo ancestral desde
un innegable trasfondo cristiano.
La filosofía inculturada sería así expresión de un
planteamiento teórico de sincretismo espiritual que acepta un profundo
sentimiento religioso prehispánico y su línea de continuidad con la transmisión
del mensaje cristiano. Todas nuestras comunidades, sobre todo las de
procedencia indígena, son portadoras de vivencias y símbolos, encubiertos y
transmitidos de generación en generación, que debemos descifrar porque
constituyen un verdadero caudal de experiencias y conocimientos que se expresan
a través de la sabiduría popular
.
B. Filosofía de la
liberación.
En primer lugar hay que relievar la figura del maestro
mexicano Leopoldo Zea, en torno al cual la integración latinoamericana se ha
robustecido fundamentalmente. Toda su reflexión la ha dirigido a un solo tema:
nuestra América, y sus obras han ido develando y profundizando el ser y sentido
de nuestro continente, contribuyendo activamente a la postulación de la filosofía de la liberación, que
representa un giro distinto, singular y auténtico en la reflexión filosófica
latinoamericana.
En 1975, reunidos en la ciudad de
Morelia, Enrique Dussel, Francisco Miró Quesada, Arturo Andrés Roig, Abelardo
Villegas y Leopoldo Zea, elaboraron un documento denominado “Declaración de
Morelia, filosofía e independencia”[16].
Extraeremos las ideas fundamentales de este documento porque expresan y dan
cuenta, con toda propiedad, del sentido y significado de los postulados básicos
de la filosofía de la liberación.
Consta esta declaración de ocho parágrafos que resumiremos en sus consideraciones
más importantes:
La filosofía como
dependencia o solidaridad. Ante una filosofía -la
occidental- que supone un destino manifiesto de un conjunto de pueblos
para imponerles su dominación, deberá ofrecerse una filosofía que niega tal
destino y que, por el contrario, hace expreso el derecho de todo pueblo a la
libertad como autodeterminación, rechazando la relación vertical de dependencia
y reemplazándola por una relación horizontal de solidaridad de hombres entre
hombres, de pueblos entre pueblos. Filosofía de liberación o independencia que,
lejos de negar el sentido liberador que para el mundo occidental tuvo la
filosofía, lo amplía y lo universaliza al resto de los pueblos, extendiendo así
los grandes valores de la cultura occidental.
La dependencia como
realidad. Se afirma aquí que la historia de
África, Asia y América Latina, a partir del siglo XVI, está unida por su pasado
y su presente, en la medida en que la realidad de la dependencia -ahora
neocolonial- después de las independencias nacionales de las colonias,
nos une a todos en la periferia de los centros de poder mundial.
La toma de
conciencia. Del hecho mismo de la realidad de la
dominación surge la posibilidad de la liberación. Frente a la opresión, la
liberación. Esta relación, entrevista por Hegel, es la que imprime todo su
carácter y sentido a la historia humana. Los países metropolitanos, los que han
dado nacimiento a la cultura occidental, son incapaces de llevar a la práctica
los ideales de la libertad que han proclamado sus mejores hombres. Son por el
contrario los oprimidos, surgidos en los países coloniales, neocoloniales, los
que han comprendido a partir de su propia experiencia la verdadera
universalidad de la liberación. En efecto, es a partir de la segunda guerra
mundial que comienza a desarrollarse un pensamiento que, aprovechando los
conceptos creados por Occidente, se eleva a una visión original y
verdaderamente universal del hombre y de la historia. La historia es entendida
ahora como un proceso de liberación no sólo en favor de los oprimidos, sino
también en favor de los opresores, que dejarán de ser tales, gracias al coraje
físico y al poder creador de los pueblos dominados, embarcados en un proceso
revolucionario que no se podrá detener hasta alcanzar aquella universalidad en
la que el hombre pueda constituirse en hermano del hombre.
La dependencia y las
ciencias humanas. Las ciencias humanas,
en especial la sociología y la economía, son las que han señalado entre
nosotros, los latinoamericanos, la realidad de la dependencia externa e
interna, descubriendo aspectos de esta dominación que antes estaban
encubiertos.
La filosofía, las
ciencias y la dependencia. La filosofía, como
reflexión metódica, analítica y dialéctica de la realidad, ha podido descubrir
los supuestos del discurso filosófico dominador, inicialmente europeo. Frente a
este discurso que tiene su origen en el ego
europeo y que se constituyó desde un principio en voluntad de poder, la filosofía surgida del seno de los países
sometidos al imperio económico y cultural contrapone un discurso liberador,
cuya estructura epistemológica supone desde ya la superación de la civilización
occidental y anuncia el comienzo de una nueva civilización. Esta filosofía es deudora de las ciencias
sociales latinoamericanas al haberse podido abrir a una nueva interpretación de
la realidad humana.
La filosofía de la
liberación como experiencia latinoamericana. Significa
que la realidad de la dependencia ha sido asumida en el continente
latinoamericano por un vasto grupo de intelectuales que intentan dar una
respuesta filosófica, precisamente como “filosofía
de la liberación”. Se trata de una forma de saber que se mueve fuera del
sistema dictado por los países dominadores y que se muestra en actitud de
reconocimiento pleno de la historicidad propia de los pueblos latinoamericanos.
La liberación que propone esta filosofía con su discurso, desde el plano del
pensamiento, es la tarea de la transformación del mundo con un sentido
verdaderamente universal. El punto de partida de este impulso es el de la
conciencia oprimida en un mundo periférico que puede, como alteridad arrojada
fuera de la historia universal, proponer categorías integradoras ecuménicas.
Posibilidad de la
constitución de una filosofía universal de la liberación. La unión de Asia, África y América hará posible la
constitución de un frente filosófico que será un acontecimiento nuevo en la
historia de la filosofía.
Temario de una
filosofía mundial de la liberación. Es
la última cuestión tratada en este documento de Morelia. Debe tenerse en cuenta
las diferencias de la situación de dependencia en los países de Asia, África y
América Latina, ya que pueden reconocerse grados que van desde la más sutil
penetración económica hasta la manipulación más tosca a través de gobiernos
títeres. Deben distinguirse también las formas específicas de dependencia
cultural, tales como la aceptación, por parte de las élites intelectuales de
los países dependientes, de los modelos de desarrollo social propuestos e
impuestos por las metrópolis, o como las formas de enajenación generadas por la
relación de dependencia.
La filosofía de lo americano ha demostrado todo lo
inauténtico que tiene la asunción de formas culturales sin una adaptación
adecuada a nuestras características peculiares, propias a las respectivas
realidades históricas. También es misión de esta filosofía liberadora hacer un
análisis de las formas de cambio histórico y una crítica de las ideologías que
enmascaran las verdaderas fases de ese cambio: revolución, reformismo,
regresión, estancamiento, progreso, etc. Llevará también a pronunciarse sobre
sus condiciones históricas de posibilidad y sobre el carácter nacional e
internacional de estos fenómenos.
En el horizonte internacional, la filosofía de la
liberación se abocará al análisis del llamado “Tercer mundo” -si
es que realmente hay una realidad que merezca tal nombre-.
Por último, debe haber una crítica de las ideologías que se oponen a la
emancipación económica, política, cultural y, sobre todo, a las que pretenden
imponer un nuevo fascismo.
Para concluir diremos que esta “nueva” filosofía de la
liberación latinoamericana ha hecho lúcida la condición deprimida, la vida
alienada por el subdesarrollo y la situación económico-social de los países
dependientes y dominados. Nuestro proceso filosófico, visto desde la
perspectiva de la problemática indígena, evidencia que no ha podido lograrse
todavía, a través de la reflexión, una síntesis cultural armoniosa que exprese
los legados culturales indígena y occidental. En cambio, tanto la filosofía inculturada como la filosofía de la liberación, por sus
postulados teóricos y de praxis,
aspiran a esa anhelada síntesis cultural en razón del reconocimiento de la
plena humanidad e igualdad de todos los hombres y los valores que distinguen y
particularizan la cultura a la cual pertenecen.
[1]
Garza, Mercedes de la. “El
pensamiento maya”. En Filosofía
iberoamericana en la época del Encuentro. Madrid, Ed. Trotta, 1992, pp.
99-125. (Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía Vol. I).
[2]
León Portilla, Miguel. “El
pensamiento náhuatl”. En Filosofía
iberoamericana en la época del Encuentro. Madrid, Ed. Trotta, 1992, pp.
79-98. (Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía Vol. I).
[3]
Resumen de “El pensamiento incaico”.
En Filosofía iberoamericana en la época
del Encuentro. Madrid, Ed. Trotta, 1992, pp. 127-153. (Enciclopedia
Iberoamericana de Filosofía Vol. I).
[4]
Santacruz Pachacuti Yamqui, Joan de.
Relaciones de antigüedades deste reyno
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(Biblioteca de Autores Españoles Nº 209).
[5]
Molina, Cristóbal de. Ritos y fábulas de los incas. Buenos
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[6]
Acosta, José de. Historia natural y moral de las Indias.
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[7]
Murúa, O. de M., Fray Martín de. Historia del origen y genealogía real de los
Reyes Inças del Perú. Madrid, Consejo Superior de Investigaciones
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LII, pp. 289-290.
[8]
Guamán Poma de Ayala, Felipe. La primera nueva crónica y buen gobierno. Lima,
Ed. Cultura, 1956, primera parte, pp. 35-47.
[9]
Betanzos, Juan de. Suma y narración de los incas. En Crónicas peruanas de interés indígena.
Madrid, Ed. Atlas, 1968, p. 9. (Biblioteca de Autores Españoles Nº 209).
[10]
Anónimo. Relaciones de las costumbres antiguas de los naturales del Perú. En
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[11]
Rivara de Tuesta, María Luisa.
“Filosofía e ideología en el Perú y América Latina”. En Boletín
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[12] Salazar Bondy,
Augusto. ¿Existe
una filosofía de nuestra América? México, Siglo XXI Editores, 1968, p. 117.
[13]
Ob.
cit. p. 131.
[14]
Zea, Leopoldo. La filosofía americana como filosofía sin más. México, Siglo XXI
Editores, 1969, pp. 157-158.
[16]
Dussel, Enrique y otros. “Declaración
de Morelia”. En Latinoamérica. Anuario del Centro de Estudios
Latinoamericanos (México, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras), no. 11, 1978,
pp. 329-335.
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